Bata
amarillenta, color desgastado,
tú
has sido testigo de nuestro pasado.
Te
empapaste en lágrimas, sangre y sudor,
y
das fe de ello con ese color.
Un
caballo desbocado fue mi corazón,
tú
lo percibiste sin hacer mención.
La
cara de asombro del hombre con cáncer,
no
diste palabras sobre ese percance.
Probaste
la saliva de un niño lloroso
y
viste la facies de un viejo canoso.
Escuchaste
el llanto de la madre angustiada
por
su hijo enfermo que no mejoraba.
Estuviste
allí ante cientos de oyentes
mientras
yo enseñaba cuando fui ponente.
El
insulto oíste de las enfermeras,
del
borracho, el preso y de la ramera.
El
excremento, el vómito, el olor nauseabundo
tú
lo toleraste aunque fuera inmundo.
La
risa del lactante y la gratitud de la abuela
viste
la ternura del niño de escuela.
Cambiaste
tu estante callado y sereno
y
durante años no conociste el sueño.
Un
día inesperado tu vida dio un vuelco
y
estuviste sola por bastante tiempo.
Mi
bata amarilla guerrera valiente
sólo
tú lo sabes y el Omnipotente.
Tu
vida y la mía han sido oscilantes
entre
malabares y tumbos constantes.
“Deberías
ser blanca”, dicen los demás,
pero
te has ganado tu tono ejemplar.
Ellos
desconocen la causa de tu color,
pero
yo lo sé, es muestra de tu honor.
No
te pongas triste, bata descolorida,
pues
siempre serás parte de mi vida.
Seguirás
presente cada día en mí
porque
tu heredera ya la conseguí.
Una
bata blanca empieza su ciclo
con
brío y con fuerza desde sus inicios.
Un
nuevo horizonte adelante le espera
tú
serás su ejemplo pues fuiste pionera.
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Escrito en una noche de insomnio en Los Ángeles, California, EE. UU., en noviembre de 2013.
Dedicado a todos los médicos internacionales que luchan día a día en Estados Unidos para lograr sus metas.
El nuevo intento del antiguo deseo de escribir.